"Sabed que quienes obren bien en este mundo recibirán una bella recompensa, y que la Tierra de Al‑lah es amplia [y si os impiden adorarlo, emigrad a otros territorios]". (Corán 39:10)
Los musulmanes a menudo les dirán a los de fe cristiana: "Nosotros también amamos a Jesús". Los musulmanes le tienen un afecto profundo al Profeta Jesús, así como a todos los profetas de Dios. Este punto le resultó obvio al rey de Etiopía e hizo que él, sus obispos y algunos otros de su corte entendieran cuán cercanas están las dos religiones, el Islam y el cristianismo.
"Verás que los peores enemigos de los creyentes son los judíos y los idólatras, y los más amistosos son quienes dicen: ‘Somos cristianos’. Esto es porque entre ellos hay sacerdotes y monjes que no se comportan con soberbia". (Corán 5:82)
Repasemos lo que vimos en la primera parte. En el cuarto año de la profecía, el Mensajero de Dios, Muhammad (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él) envió a un pequeño grupo de musulmanes a Etiopía. Entre ellos estaban los conversos más débiles de la nueva religión. El Profeta Muhammad creía que el rey de Etiopía, siendo devoto cristiano, le daría a su gente refugio y los trataría con compasión. Los líderes de La Meca, sin embargo, se negaban a permitir que los nuevos musulmanes hallaran alivio y se apresuraron a enviar sus propios emisarios para difamarlos y calumniarlos.
El rey, que era sabio y justo, se aseguró de escuchar ambos lados del debate. Cuando cada lado hubo establecido su caso, pidió escuchar algo de la recitación descendida por Dios. Yafar recitó las primeras aleyas del capítulo 19 del Corán, titulado María en honor de la madre de Jesús. El siguiente es un fragmento de dicho capítulo:
"Le dijo: ‘Soy un enviado de tu Señor para agraciarte con un hijo puro’. Ella dijo: ‘¿Cómo voy a tener un hijo si no me ha tocado ningún hombre ni he fornicado?’. Le dijo [el ángel]: ‘Así será, pues tu Señor dice: Eso es fácil para Mí. Lo convertiré [a tu hijo] en un milagro y una misericordia para la humanidad. Es un asunto decidido’. Cuando se sintió embarazada, decidió retirarse a un lugar apartado". (Corán 19:19-22)
El rey y quienes estaban con él rompieron en llanto. Las lágrimas corrieron por sus mejillas y mojaron sus barbas. Las palabras sublimes del Corán derritieron sus corazones, como habían comenzado a hacerlo ya en La Meca. Lo más sorprendente es que muchos de los presentes en la corte etíope no entendían el idioma árabe y, sin embargo, la elocuencia y delicadeza del Corán los conmovió; las palabras fueron traducidas para ellos. En este punto de la historia, es fascinante descubrir que Dios describe a los cristianos como aquellos que rompen en llanto cuando escuchan la verdad.
"Cuando escuchan lo que le ha sido revelado al Mensajero, ves que sus ojos se inundan de lágrimas porque reconocen la verdad, y entonces dicen: ‘¡Señor nuestro! Creemos, cuéntanos entre quienes dan testimonio [de la verdad del Islam]’". (Corán 5:83)
El rey quedó abrumado y exclamó: "Parece que estas palabras y las que le fueron reveladas a Jesús provienen de la misma fuente". Y, volviéndose hacia los enviados de La Meca, les dijo: "No voy a entregarles a estos refugiados. Ellos son libres de vivir y adorar como deseen bajo mi protección". Esto no complació ni satisfizo a los mecanos. Su misión era desacreditar a los musulmanes y a la religión del Islam, y para lograrlo, pusieron en marcha un segundo plan. En un esfuerzo patético por influenciar al rey, afirmaron que los musulmanes hablaban irrespetuosamente sobre Jesús.
Después de escuchar el Corán es improbable que el rey le diera crédito a semejante afirmación; sin embargo, llamó de nuevo a los musulmanes ante su presencia y les preguntó acerca de su creencia sobre Jesús. Yafar respondió de manera veraz e inmediata: "Nuestra creencia en Jesús se basa en lo que nuestro Profeta nos ha dicho sobre él: Jesús es el siervo y el Mensajero de Dios, y fue creado por mandato de Dios". Al escuchar esto, el rey declaró que esta descripción de Jesús no contradecía su propia creencia cristiana. El resultado fue que los mecanos dejaron Etiopía habiendo quedado desacreditados, mientras que los musulmanes vivieron allí en paz y seguridad durante varios años antes de regresar a La Meca.
Varios años más tarde, el Profeta Muhammad les escribió cartas a diversos gobernantes de todo el mundo invitándolos a aceptar el Islam como su religión. Entre los primeros líderes que recibieron la carta estaba el rey de Etiopía. Lo que sigue es una traducción aproximada de dicha carta:
"Comienzo en el Nombre de Dios, el más Clemente, el Misericordioso. De Muhammad, el Mensajero de Dios, para el Rey de Etiopía.
La paz es para quien sigue la guía correcta y cree en Dios y en Su Mensajero. Atestiguo que no hay divinidad digna de adoración sino solo Al‑lah. Él es Uno y no tiene copartícipes. Él no tiene esposa ni hijos. Y Muhammad es Su siervo y Su Mensajero.
Te invito a que aceptes el Islam. Te llamo a ti y a tu ejército hacia Al‑lah, Quien es merecedor de todo respeto y de toda estima. He cumplido así con mi deber de comunicar Su mensaje y consejo. Debes aceptarlo, que la paz sea con los seguidores de la guía.
"Di: ‘¡Oh, Gente del Libro! Convengamos en una creencia común: No adoraremos sino a Dios, no Le asociaremos nada y no tomaremos a nadie como divinidad fuera de Dios’". (Corán 3:64)
El rey recibió la carta con mucho respeto y aceptó el Islam, a pesar de las objeciones de su familia y de la Iglesia. Él contestó la carta diciendo: "¡Oh, Mensajero de Dios!, he tenido el honor de leer tu estimada carta. Juro por Dios que Jesús no es más que lo que has descrito. Doy fe de que eres un verdadero Profeta de Dios, y he prestado mi juramento de lealtad a Dios y a Su Profeta. Si lo ordenas, me presentaré ante ti. Que la paz y las bendiciones de Dios sean contigo".
Damos gran crédito a este capítulo final de la historia del rey de Etiopía, puesto que cuando le fue revelado al Profeta que el Rey, con quien nunca se había reunido, había fallecido, el Profeta ofreció la primera oración fúnebre en ausencia por él.
La historia del rey de Etiopía es una marca indeleble en el tiempo. Nos enseña acerca de los modales y la diplomacia entre el Profeta Muhammad y los nobles gobernantes de la época. Nos da luz sobre la cercanía de las dos religiones, el cristianismo y el Islam. El Profeta Muhammad sabía que los cristianos realmente piadosos estaban, y siguen estando, apenas a un paso de la religión del Islam. La elocuencia del Corán es capaz de penetrar los corazones de aquellos a quienes Dios elige para guiarlos, y la religión del Islam está abierta para todos, reyes o plebeyos, ricos o pobres, blancos o negros.