Nacido en 1954 en la parte agrícola del noroeste de los Estados Unidos, me crié en una familia religiosa como Católico Romano. La iglesia suministraba un mundo espiritual incuestionable en mi niñez, mucho mas real que el mundo físico alrededor de mi, pero al crecer, y especialmente después de ingresar en una universidad católica y leer más, comencé a cuestionarme mi relación con la religión, la creencia y la práctica.
Una razón fue los frecuentes cambios en la liturgia y el ritual que ocurrió en el despertar del Segundo Consejo del Vaticano de 1963, sugiriéndome que la Iglesia no poseía estandartes firmes. Para ello, el clérigo hablaba de la flexibilidad y la relevancia litúrgica, pero para los católicos ordinarios, parecía andar a tientas en la oscuridad. Dios no cambia la revelación, ni tampoco las necesidades del alma humana, y ni existía una revelación nueva del cielo. Sin embargo, llamábamos al cambio, semana tras semana, año tras año; sumando, sustrayendo, cambiando la lengua del latín al inglés, introduciendo finalmente guitarras y música folklórica. Los curas explicaban y explicaban, y los demás sacudían sus cabezas. La búsqueda de la relevancia convenció a muchos de que no había mucho en primer lugar.
Un Segundo motivo era la cantidad de dificultades doctrinarias, como la doctrina de la Trinidad, que nadie en la historia del mundo, ni curas ni hombres, han podido explicar de un modo convincente, lo que terminó siendo, para la mente pensante al menos, en un tipo de comité de dios, del cual formaban parte el Dios Padre, quien gobernaba el mundo desde el cielo; Su hijo Jesucristo, quien salvó a la humanidad en la tierra; el Espíritu Santo, que se muestra como una paloma blanca y al parecer tenía un papel menos importante. Recuerdo desear tener amigos especiales con solo uno de ellos para poder arreglar mis asuntos con los otros, y con este fin, a menudo pedía a uno u otro; pero los otros dos seguían allí. Finalmente decidí que el Dios Padre debía estar a cargo de los otros dos, y esto fue lo que obstaculizó mi camino en el catolicismo: la divinidad de Cristo. Además, la reflexión deja en claro que la naturaleza del hombre contradice la naturaleza de Dios en cada aspecto, lo limitado y finito por un lado, y lo absoluto e infinito por el otro. Que Jesús era Dios es algo que no puedo recordar creer, durante mi niñez o mas tarde.
Otro punto de incredulidad fue el comercio de la Iglesia y los lazos con el mas allá llamados indulgencias, los “haz esto, haz lo otro por tantos años serán remitidos de tu sentencia en el purgatorio” que ha sido tan falso para Martín Lutero en el comienzo de la Reforma.
También recuerdo desear la sagrada escritura, algo parecido a un libro que sirve como guía. Me regalaron una Biblia para Navidad, una edición bonita, pero al intentar leerla, encontré que se iba por las ramas y desprovista de un hilo de coherencia que era difícil de suponer como la base de nuestras vidas. Solo mas tarde descubrí como la Navidad resolvió la dificultad en la práctica, los protestantes creando las teologías sectarias, cada uno enfatizando los textos de su secta y minimizando los demás; los católicos minimizando todos, excepto por los pedazos mencionados en su liturgia. Algo faltaba en el libro sagrado por lo cual no podía leerse como una unidad íntegra.
Además, cuando fui a la Universidad, me di cuenta de que la autenticidad del libro, especialmente del Nuevo Testamento, estaba en duda debido al resultado de estudios modernos de los mismos cristianos. En un curso de teología contemporánea, leí la traducción de Norman Perrin de ‘The Problem of the Historical Jesus’ de Joachim Jeremías, uno de los principales eruditos del Nuevo testamento de este Siglo. Un crítico de textos, maestro de las lenguas originales y que pasó años con los textos, finalmente concordó con el teólogo alemán Rudolph Bultmann, que sin duda, es verdad el dicho de que nunca se podrá escribir una biografía de Jesús, la vida de Cristo como realmente la vivió, no puede ser reconstruida desde el Nuevo testamento con ningún grado de confianza. Si esto se aceptase de un amigo del cristianismo y uno de sus más expertos en textos, concluí, ¿Qué quedaba para sus enemigos? Y qué le quedaba a la Biblia excepto por reconocer que era un documento de verdades mezcladas con ficciones, conjeturas proyectadas en Cristo a través de sus futuros seguidores, ellos mismos opinando diferente acerca de quién había sido y qué había enseñado. Como si los teólogos como Jeremías pudiesen asegurar que en algún lugar bajo las acreditaciones del Nuevo Testamento hay algo llamado ‘la historia de Jesús y su mensaje’, cómo puede la persona ordinaria encontrarlo, o conocerlo, si lo encuentra…?