En medio de estas pruebas, asistí por segunda vez a la mezquita y después de una semana practicando, la oración me resultó mucho más fácil y ya no volví a estar nerviosa. Esa noche me sentí muy fortalecida y le dije a Dios que me consagraba a Él como musulmana, que quería ser fiel a este camino. Desde entonces, he sentido nuevas fuerzas. Necesitaba esta fortaleza, pues estaba a punto de pasar por una prueba muy grave que amenazaría con partir mi corazón en dos.
Acababa de ver un programa de televisión sobre dhikers y sentía mucha felicidad interior. Entonces, mi mamá entró a mi cuarto y me dijo que una mujer, a quien ella no conocía, se le había acercado después de terminar el servicio en la iglesia y le había dicho que había soñado con ella, pero que no era para ella sino para su hija menor, es decir, yo. Esta mujer dijo que en el sueño ella había sido advertida de que yo debía dejar de hacer lo que estaba haciendo (es decir, de practicar el Islam). Al haber crecido como pentecostal (y habiendo sido sobreprotegida), me sentía aterrada de hacer cualquier cosa que mi madre, o su iglesia, desaprobaran. Ya había sido bastante con que me hiciera católica, ¡pero volverme musulmana! Este sueño me perturbó profundamente, pues saber de él me atacó muy en lo profundo, donde soy más vulnerable: mi temor al Infierno.
Comencé a enojarme con mi madre, que no era culpable de nada, pero ella me dijo que tenía que contármelo porque sentía que de lo contrario Dios la haría responsable. Esto me hizo dar más miedo: ¿Acaso el Islam era realmente malo para mí? ¡Cómo podía serlo, si yo era tan feliz y estaba tan viva! Le dije esto a mi mamá y ella me dijo que hablara de ello con Dios. Así que fui a mi habitación, les envié mensajes de texto a dos amigos pidiéndoles que hicieran du’a por mí, y Le supliqué a Dios que me ayudara; Le dije que si Él quería que yo regresara al cristianismo, estaba dispuesta a hacerlo, pero que Él debía poner ese deseo en mi interior o mantener mi deseo de ser musulmana si Él quería que continuara por ese camino. Me sometí por completo a Él (y eso mismo, de por sí, me hacía musulmana), sollozando, con mi corazón partido ante la idea de dejar el Islam y con un resentimiento renovado hacia los pentecostales, sentía que ellos me estaban manipulando emocionalmente, esa había sido una cuestión de toda mi vida, ya que nunca me había sentido segura para tomar decisiones a menos que otros estuvieran de acuerdo conmigo. Yo pensaba que todo lo que ellos decían provenía de Dios y me era difícil creer que el demonio pudiera utilizarlos para atacarme, pero en realidad sentía que ese era el caso en ese momento. Recité Al Fatiha, la Shahada, Ta’awwudh y varias du’a una y otra vez hasta que me calmé.
Al día siguiente, sintiéndome aún miserable, contacté a un amigo que me recogió y me llevó a ver al Imam en nuestra mezquita. Resultó que había allí también un sheij con mucho conocimiento, y ellos se sentaron y me escucharon mientras les relaté mi dilema, dándome consejo. De nuevo me sentí fortalecida y la alegría regresó a mí. Es por esto que todo converso necesita mucho apoyo. Si no hubiera sido por estos maravillosos hermanos y hermanas en el Islam, me hubiera resultado muy difícil continuar. Inevitablemente llegaron más pruebas, pero a medida que creía en el Islam mi coraje se hacía más fuerte, y esto me ayudó indefinidamente a enfrentar todas las pruebas.
Es increíble lo mucho que yo había tomado por supuesto en mi vida, o que ni siquiera había notado. Cosas simples y pequeñas como si aquello que como (o de dónde proviene lo que como) es halal o no, cómo me aseo, me cepillo y purifico mi ser, si mis ropas están limpias cuando voy a rezar, cuán constantemente recuerdo entrar al lavatorio con mi pie izquierdo y salir con el derecho, mantener al perro fuera de mi habitación… etc., etc. ¡Qué vida tan distinta trae el Islam y cuán hermosamente me hace atenta a cada detalle de la vida! Es como nacer de nuevo a una vida nueva. Y aunque es ahora un viaje solitario, debo darles crédito a mis padres por darme mi libertad; aunque han estado reacios a llevarme a los lugares islámicos, me han permitido ir con mis amigas. Que Dios los bendiga por ello, ¡soy muy afortunada!
Si hay algo que les quisiera preguntar a los cristianos, es esto: ¿Por qué habría otra gran religión y otra Escritura enviadas después del cristianismo, si este último fuera la revelación final? Y también: ¿Por qué el Corán habría sido enviado y preservado de toda corrupción si la Biblia fuera la palabra final de Dios? Y finalmente: ¿Por qué Dios nos pediría creer ciegamente en algo y no utilizar nuestra razón? Si las creencias son razonables, entonces la gente no podría negarlas. ¡Esos son testimonios reales de la verdad del Islam!
Me hice musulmana porque sentí que el Islam estaba alineado con mi corazón y me mostraba la mejor forma de vivir. Fue realmente la elección de mi corazón. Si alguna vez tuviera que criar una familia en este mundo caótico, no quisiera hacerlo de ninguna otra manera, de hecho, ¡si no pudiera criar una familia musulmana, no querría una familia en lo absoluto! El Islam me ha liberado para ser yo misma y pertenecer. Me liberó de excesivos apegos a imágenes que me habían plagado durante 15 años, y simplificó mi vida. Me dio nuevos amigos que me han apoyado dándome libros, abrazos y estímulos, y más libros, un Corán, utensilios de cocina e incluso sus propios velos y vestidos (incluyendo uno muy elegante que guardaré para el eid!) He eliminado mi odio hacia el feminismo, pues lo he abrazado y purificado, manteniendo el pudor y la dignidad, y dejando que las mujeres tomen su lugar al lado de los hombres. Esto me hace sentir más amorosa y menos crítica. También me da una visión más sana y pura de Dios. Y aunque mi viaje apenas comienza, mi vida por fin está alineada.
Mi hiyab y mi identidad encajan. Ya no estoy confundida. Soy musulmana, ¡¡¡Alhamdulil-lah!!! (Alabado sea Dios).