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Conocer a Alá
  
  

   

Mi nombre es Sadiqah Ismat (también conocida como Stephanie por mi familia y otros seres queridos cristianos) y vivo en Cape Town, Suráfrica. Mi viaje a casa ha sido uno en extremo complejo, con muchas capas que se fueron revelando una a una, y quise narrar en detalle las dificultades que tuve después de mi conversión, de modo que otros puedan beneficiarse de ello. Así que están advertidos: ¡la mía es una historia bien larga! ¡Por la Gracia y la Misericordia de Dios Todopoderoso, he llegado a casa! Ha sido un viaje emocionante y muy sorprendente. Si alguien me hubiera dicho hace unos años que yo dejaría el cristianismo y me haría musulmana, me habría desternillado de risa ante semejante locura, pues era muy feliz como católica en 2008.

Antecedentes

Provengo de una familia de clase media de los suburbios de Suráfrica, de origen holandés e idioma afrikáans, conformada por maravillosos y amorosos cristianos protestantes. Nací en 1984 y crecí prácticamente sola, ya que era más de una década menor que mi hermana y mis dos hermanos. Mi madre era (y sigue siendo) miembro muy activa y devota de la iglesia pentecostal; pero mi padre, si bien era un buen cristiano, no asistía a la iglesia. Él era una persona de mente muy abierta, y era mucho más cómodo hablar de religión con él que con mi mamá.

Fui criada en las enseñanzas cristianas más fundamentalistas, es decir, se me enseñó desde muy pequeña que si no crees en Jesucristo (la paz de Dios sea con él) y lo aceptas como tu salvador, irás al Infierno. Otras religiones, incluyendo el catolicismo, eran tabú. Sus almas eran consideradas perdidas, su Dios era visto como otro dios diferente al Dios cristiano. No es de sorprender que yo hubiera crecido con mucho temor de Dios y del Infierno. Ofrecía mis oraciones todos los días, para estar a salvo del maligno. Era normal que en mi casa mi madre hablara con sus amigas acerca de temas como el demonio y la liberación de los espíritus malignos, ya fuera por teléfono, en la sala o la cocina. Ella estaba en el ministerio de sanación y era muy versada en la Biblia; ella era la matriarca espiritual de la familia, la que inspiraba en mí miedo y respeto. Yo era una niña muy tímida y ansiosa, y creía que lo que ella decía era ley divina, así que la obedecía.

Cuando tenía 12 años, acepté a Jesucristo (la paz sea con él) "en mi corazón como mi Señor y Salvador", como lo hacen todos los cristianos protestantes, pero no recuerdo mucho acerca de lo que ocurrió después de eso. Al mismo tiempo, yo tenía una amiga muy querida que era católica. La visité muchas veces en su casa y vi los cuadros, estatuas, rosarios y crucifijos, y estaba fascinada con todo ello. Aprendí acerca de la práctica cristiana del ayuno (cuaresma) también. Me encantaba la tradición y el orden, y me preguntaba por qué mi familia no me enseñaba sobre la cuaresma y los santos. Entonces, ella me invitó a su iglesia. Era hermosa por dentro, muy distinta de las iglesias planas y modernas en las que había estado, y quedé sorprendida. Mi corazón fue tocado muy en lo profundo, y ese fue el inicio de un amor y una fascinación muy largos con el catolicismo. Me tomó una década reunir el valor suficiente para explorarlo, pues temía ir al Infierno si me convertía.

Fue por aquella época que mi amiga me dio un objeto devocional católico. Cuando lo llevé a casa, mi mamá me dijo que tenía que devolverlo. Temí que Dios se enojara si lo mantenía conmigo, así que la obedecí. Me preocupaba continuamente sobre si me salvaría o no. Desde entonces, y hasta que cumplí 21 años, fui a la iglesia muy rara vez. Las iglesias a las que asistía mi madre tenían servicios de adoración muy emocionales donde la gente caía al suelo cuando los tocaban en oración, y eso me perturbaba. Así que dejé de ir, ocupándome en casa con aficiones como la astronomía y la pintura, y me encantaba ir a casa de mi amiga. Después de la secundaria, ella y yo tomamos caminos separados, yo me trasladé a otro suburbio. En esa época, estuve enferma de depresión severa y ansiedad, y estuve así por unos tres años, por lo que necesité tratamiento psiquiátrico. Me sentía confundida y sin un sentido, propósito ni dirección en mi vida. Esa fue la parte más oscura de mi vida, en la que mi madre fue heroica en su apoyo.

Mi búsqueda comienza

Mi madre había creído, desde cuando yo estaba en su matriz, que Dios tenía un plan especial para mí. Fui criada bajo la premisa de que estaba destinada para cosas grandes y extraordinarias y, sin embargo, yo tenía una autoestima muy baja y quería ser normal. Fue muy doloroso para mí saber que era "diferente". En la secundaria fui una solitaria, y algunos de mis compañeros creían que era extraña, lo que no me facilitó las cosas. Vivía en mi propio mundo de fantasía.

En 2005, a los 21 años de edad, comencé a buscar una iglesia a la cual asistir, y después de explorar a los metodistas, fui a una iglesia anglicana donde fui bautizada y confirmada. También por esa época sentí la fuerte necesidad de hacerme monja, pues amaba la dedicación contracultural y del otro mundo que ellas tenían, y también porque veía en ello una confirmación de las esperanzas que mi madre había puesto en mí. Me comprometí con Jesús al celibato. Fue por aquel entonces, en 2006, que comencé a interesarme en llevar velo como lo hacen las monjas. Comencé con un pequeño velo rectangular que llevaba todos los días, y con el tiempo comencé a usar velos más grandes.

En Cape Town hay una buena historia musulmana, que comienza con los esclavos malayos que fueron llevados allí en el siglo XVII, por lo que tenemos una buena cantidad de musulmanes locales (en su mayoría, malayos y negros), a pesar de que los musulmanes solo conforman el 2% de la población de Suráfrica, en comparación con el 80% de cristianos. Me atrajo el hiyab, que cubre el cuello al igual que la cabeza, pero mi madre me dijo que me "vería como musulmana" y eso me alejó de ello, a pesar de que había comenzado en mí una fascinación y un respeto profundos hacia las mujeres musulmanas. Es curioso, pero a pesar de los comentarios de mi madre, ella (y toda la familia) me aceptaban con velo y no se avergonzaban de salir conmigo así. Creo que fue duro para ella, pero mi madre me dio libertad desde que cumplí 21. También me sentí atraída hacia la vestimenta modesta con faldas largas, las que comencé a coser yo misma (al principio con la ayuda de mi mamá), porque no pude encontrar nada lo suficientemente largo en las tiendas (¡yo mido 1,56 m!). Mi deseo de ser monja me llevó a un viaje de descubrimiento de la dignidad de mi feminidad, las bendiciones de la modestia y el amor por el velo. También sembró las semillas de mi interés por la costura y el diseño de modas.




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